Soy… (el entrevistado se presenta como quiere)
Soy diseñador gráfico y docente. Nací en Mar del Plata y me gusta pensar que hay algo de eso “del interior” que me define. Empecé a estudiar ingeniería y luego me pasé a diseño e ilustración, en una escuela de artes visuales. Hoy también pienso que algo de cada uno de esos mundos me conforma: me identifico en la línea más expresiva, emocional y caprichosa del mundo del arte, pero también en el pensamiento racional, metodológico y científico de la ingeniería. Tal vez tres o cuatro veces a la semana voy al teatro, al cine, a la ópera o a escuchar música. Y viajo todo lo que puedo. Lo hago porque me gusta y porque soy una persona muy orientada a pasarla bien, pero lo hago sin la menor culpa porque creo que todo eso me ayuda a hacer mejor mi trabajo.
¿Cuál fue tu primer acercamiento al diseño gráfico?
No lo tengo claro. En todo caso no fue una revelación o una epifanía sino más bien un proceso gradual y con mucho de casual. Sí sé que siempre me gustó dibujar. De chico me gustaban mucho los mapas y las plantas de arquitectura; dibujaba mis propias plantas de casas en hojas milimetradas que mi madre guarda en algún lado. También dibujaba juegos de naipes y billetes o armaba, de más grande, fanzines e historietas con amigos de la escuela. Pero no lo veo como un camino que estuviera clarísimo desde siempre: también de chico intentaba tocar el piano, la guitarra y el acordeón; me gustaba escribir historias y hacer experimentos con mis juegos de química; me fascinaban los libros de plantas, hongos y animales, tanto como los de magia. Podía haber disparado para cualquier lado. Pienso que tranquilamente también podría haber sido feliz siendo cantante o biólogo. Creo que solo tuve claro qué no quería ser: policía, abogado o, especialmente, médico.
¿Qué limitaciones solés encontrar en el contexto a la hora de diseñar?
Pienso que el diseño es siempre encontrar las limitaciones de cada caso. No las veo como un impedimento o algo contrario al diseño sino como una condición necesaria y estructural. Si se puede hacer “todo” o “cualquier cosa”, no hay nada que diseñar. El diseño aparece cuando hay que resolver un problema específico y eso es identificar las limitaciones del caso. No me sirve que me digan “hacé lo que quieras”; no sé qué hacer con eso. Necesito entender todas las limitaciones: qué recursos tenemos, con cuánto tiempo contamos, qué idea tenemos que transmitir, a quién tenemos que llegar, etc. Y si estas limitaciones no están planteadas de entrada, es el propio proceso de diseño el que las tiene que ir identificando y poniendo en evidencia. Ahí, entre las limitaciones particulares de cada caso, es que puedo encontrar una solución.
¿Cómo fue el proceso del trabajo premiado en la Bienal FADU?
Fue un proceso extenso porque primeramente diseñé la nueva identidad visual del Teatro Cervantes – Teatro Nacional Argentino y, más adelante, empecé a colaborar con el teatro en el diseño de las piezas promocionales de todas las obras de la temporada presente. Yo soy muy metodológico con el trabajo. Para el diseño de identidad comencé realizando múltiples entrevistas –a la nueva gestión, a personal histórico del teatro, al equipo de diseño, a referentes externos de las artes escénicas– y un relevamiento muy exhaustivo por todo el patrimonio y el historial gráfico del teatro. Fueron más de dos meses de trabajo hasta que presenté las conclusiones de ese análisis, con una serie de recomendaciones e hipótesis de intervención. Estos objetivos que se redactaron no son más que estas “limitaciones” de las que se hablaba en el punto anterior; qué podíamos y qué no podíamos hacer, y por qué. El Teatro tenía una imagen de mucho prestigio pero también de institución antigua, estructurada, solemne, conservadora. Y la nueva dirección tenía como objetivo posicionar el Teatro Nacional Argentino como referencia de las escénicas; asumir un rol de liderazgo donde el riesgo, la novedad y la exploración tuvieran lugar. Acá el teatro hizo una apuesta fuerte cuando decidió avanzar con una línea de comunicación que resultara muy rupturista respecto de lo que venía haciendo. Todo el desarrollo posterior fue explorar las posibilidades de lenguaje visual que asistieran mejor a la construcción de este nuevo perfil del Teatro y que respondieran, a la vez, a toda otra serie de requerimientos-limitaciones, como articular un discurso institucional con uno altamente promocional, lograr una nueva visibilidad en los entornos en los que el Teatro opera, prever que el mismo lenguaje visual pueda resolver la comunicación de obras muy diferentes entre sí, etc. Luego, el diseño de cada afiche suele comenzar con la lectura del texto dramático, cuando lo hay, y la inmersión en el proyecto de puesta escénica: tanto del texto como de la escenografía o el vestuario, es que puede surgir la idea central del afiche. En todos los casos hay un ida y vuelta con la propia dirección del Teatro que es finalmente la responsable por todo lo que el mismo enuncia. Pero cada afiche sigue su propio recorrido particular; algunos se resolvieron muy rápidamente en base a alguna idea inicial que creció con facilidad y otros fueron el resultado de semanas o meses de trabajo. Cuando la identidad está tan clara y pautada como en este caso –se trabaja solo con los mismos cinco colores, la misma familia tipográfica, la misma grilla, la misma retórica– el proceso de diseño de cada pieza se puede centrar más en la idea.
¿Cuáles son tus referentes en el diseño gráfico, tanto local como extranjero?
En Argentina creo que mi mayor referente es Edgardo Giménez. Cuando recién me vine a vivir a Buenos Aires paré en la casa de una tía que tenía enmarcado uno de sus afiches para el San Martín y me llamó muchísimo la atención. Luego conocí bien toda su obra porque trabajé con él en algunos proyectos y creo que ha diseñado los mejores afiches que se han hecho en nuestro país. Los carteles de “Danza actual” (del ’64) o de “Este es el romance del Aniceto y la Francisca…” (del ’67) siguen teniendo hoy una belleza y una potencia increíbles. También me encanta el trabajo de Alejandro Ros. Creo que hace un diseño inteligente, donde siempre hay una idea brillante y nunca una solución superficial o, mucho menos, de moda. De afuera, por supuesto, me encanta Paula Scher, quien pienso que seguramente es la mejor de todos los profesionales del diseño gráfico en el mundo.
Sos socio de la UDGBA, ¿qué te llevó a asociarte? ¿Qué le dirías a aquellos colegas que todavía no se asociaron?
Diría que confío en los procesos colectivos. Si en algo vamos a lograr alguna mejora, alguna evolución, lo vamos a lograr colectivamente y nunca pensándonos solo como individuos aislados. Lo pienso más en general en términos de procesos sociales y políticos, pero también lo pienso en terrenos más pequeños como el de la práctica profesional. Lo que hagamos juntos, como comunidad, va a ser mejor.
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Martín Gorricho